Tradúceme.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Una siesta...

Es media tarde y hace calor. No soy muy de siestas pero me apetece una, una contigo. 
Bajo la persiana en el balcón para atenuar la luz  ardiente de principios de verano. Aunque eso nos oculte en parte la vista del jardín, La brisa hace mover las ramas en los arboles, frondosos, y con las hojas del verde más intenso que puedas imaginar. Trayéndonos el perfume que derraman las flores acariciadas por el sol. Se oye cantar una cigarra, que mejor banda sonora,  que junto al rumor del agua en la fuentecilla parece tener intenciones de adormecernos. No hace calor aquí dentro pero no llevas puesto más que la piel. Veo tu perfil recortado a contraluz. Tienes los ojos cerrados pero creo que no duermes. Alargo la mano y con un dedo, con uno solo, con el dedo corazón de mi mano izquierda te rozo. Me gusta tocarte cuando estás así, tranquilo y sosegado,  y aprenderte de memoria para no tener que cerrar los ojos al recordarte cuando no estás a mi lado. Pongo el dedo en tu frente y empiezo a descender por ella, el entrecejo, el puente de tu nariz, tu boca, tus labios, tu mentón donde siento como tu barba está queriendo crecer. Suspiras ¿duermes?. Mi dedo continua bajando por tu cuello, hasta ese hueco donde te late el pulso y me detengo ahí un instante ¿late así por mí?. Me desvío a la  derecha por el hueso de tu clavícula que tensa tu piel, el hombro, los músculos bien definidos de tu brazo, fuertes. Doy un salto mortal y hago que mi dedo caiga en tu pecho. No puedo contenerme, no me resisto a la tentación y extiendo la mano para acariciarte. Para notar ese vello oscuro, áspero y suave a la vez, en la palma de la mano. Suspiras otra vez ¿te he despertado?. Sigues con los ojos cerrados. Mi mano se vuelve tímida de nuevo y se convierte en un solitario dedo. Resbalo por tu vientre, y mi dedo sube y baja con tu respiración. Tu ombligo, una frontera. Conozco cada marca de tu piel, cada pequeña cicatriz. De nuevo me desvío a la derecha, tu cadera, tus largas y fuertes piernas ante mí. No las alcanzo sin tener que moverme. De repente me siento felina y me pongo a gatas, Cambio mi dedo por mis labios, y me tienta la posibilidad de atreverme a saltar esa frontera que un instante antes había dejado atrás, De aventurarme en lugares que aun siendo conocidos siempre son excitantes. Dejo que sea mi boca, la punta de mi lengua, quienes te vayan reconociendo. Encuentro esa parte tan masculina tuya, esa muestra de tu virilidad. Y medio gata como soy ahora te conviertes en mi juguete, en mi presa. Mis labios comienzan a buscarte, te siento crecer en mi boca. Suspiras ¿gimes? Tu mano aparta mi pelo, levanto la vista y me miras a los ojos, Y estos te preguntan...
¿Quieres que siga?