Tradúceme.

domingo, 22 de enero de 2017

Los Canchos.


 Martín sostiene a nuestro hijo a lomos de Chocolate. Ha cumplido un año hace tan solo un par de meses, pero ya parece un experto jinete. Se sujeta a las crines del caballo, que soporta sus pataleos mientras ríe, sin dar muestras de molestia alguna. Su padre tiene una sonrisa en los labios y mira hacía la ventana desde la que los miro. Levanto la mano para saludarlos, y él me hace un gesto con la suya para que me acerque.
Salgo fuera, cruzo parte del jardín y me dirijo hacía el prado donde pastan los caballos. Mientras camino Martín le dice algo al oído al niño, y este comienza a llamarme gritando con toda la fuerza de sus pequeños pulmones.
— ¡Mamá! ¡Mamá!
Es una de las pocas palabras que pronuncia claramente, aún es muy pequeño. Tiene el pelo castaño con los reflejos rojizos de su tía Marcela. Y mi hermano tenía razón cuando lo vio por primera vez y afirmó que tenía su nariz. Martín suele decir que tiene mi sonrisa. Es un niño paciente, a pesar de su corta edad. Soy yo quien dice que ha heredado eso de su padre y él dice que lo ha heredado de mí.
La primera vez que vi a Martín y le miré a los ojos pensé que eran de un verde muy especial. Como pasear entre olivos, del color de sus delgadas hojas. Como las propias aceitunas cuando están verdes y apenas se distinguen de ellas. Los ojos de mi hijo…son tan verdes como los de su padre. Tan verdes como lo fueron los de Manuela, la abuela de Martín. Una herencia que perdura en el tiempo, como Los Canchos. Cuando los veo juntos me pregunto qué pensaría si los viese.
Cuando llego hasta ellos me tiende las manitas para que lo coja. Lo tomo en brazos y los tres volvemos a la casa.
— ¿Qué piensas? — me pregunta Martín al verme callada.
—Pensaba en tu abuela. En cómo llegó hasta aquí, en cómo vivía, en qué pensaría ahora al ver a su bisnieto. Deberías contarme cosas de ella.
— ¿Cómo qué?
—Cualquier cosa que recuerdes. Es como si todavía estuviese presente en la casa. No hablo de fantasmas.
Martín se echa a reír.
—No, más fantasmas no.
—No es eso es…
—Sí, sé a qué te refieres. Era su casa, pero creo que estaría contenta de vernos, y se volvería loca con el niño. Era…
Y Martín, que lleva de la mano a nuestro hijo, comienza a hablarme de su abuela, de Manuela, mientras caminamos. Y yo, empiezo a darle vueltas a algo en mi cabeza. Quizá sea hora de empezar un nuevo libro…